LABERINTOS GUARANÍES
16:48 | Author:


DE SIRENA CAUTIVO

Aguita evaporada, paso de niebla,
amor húmedo te hiciste,
de gotas, de nube, de rocío...
¿Por qué Sirena al arco iris
tu bello cuerpo montaste,
y, sobre el lomo multicolor
tu suave piel escamosa borraste?

Dos piedras, un fuego,
el rostro quiso iluminar
el hombre que la sirena
de las orillas recogió.

Desvanecida huiste,
del sueño desperté,
-letargo dulce en la noche,
caracolas, estrellas de mar,
amante que el remanso trajo
en los brazos de Yhaguy (*).
¿Por qué a Kavare has devuelto
a la tierra oscura,
mujer hecha de agua?
Cautivo de tu prisión,
¡así quería!. Caminos de cristal,
hipocampos en blancos puentes,
peces brillantes por la eternidad,
danzando sobre las olas,
en las arenas de las playas.
¡Míralo ahora al indio!
pobrecito... enamorado...
perdida su estrella,
arrepentido de un pedido
al sol haber pronunciado:
que tus ojos, nada más, un día,
una vez, nada más,
sus barrancas esmeraldas reflejaran.
*-río paraguayo

EL HOMBRE DE MAÍZ

La sequía mató al agua, los peces...
A la hierba, los animales
matándolos iba en largas agonías.
Los cazadores, sus familias,
están hambrientos cansados sedientos.
Avati y Ñegave ofrecen sus vidas.
¡por un poco de agua sus vidas!
Las vidas Avati y Ñegave...
Dar fin a sus vidas
para que la vida comience.
Un emisario de Dios al hombre busca
que la vida por otros dé,
del cuerpo sacrificado vendrán alimentos
¡promesa de Tupa!.
Ñegave llorando despide al amigo.
Ñegave llorando entierra al amigo
abriéndole puertas a muerte y vida.
Mojan sus lágrimas la tierra
-antes fértil de cultivos encinta-
la tumba, el cuerpo, el pasado...
¡Y brota de la tierra divina promesa!.
La planta creció, floreció, dio frutos...
¡Dio frutos, floreció, creció la planta!.
La llamaron maíz, raíz del hombre.
El hombre, savia por sangre,
tallo por huesos, mazorca por cuerpo...
Los granos del maíz sus ojos...
Maíz germinado por un milagro:
la existencia de un hombre bueno
que por otros su vida dio.
Tallo tronco savia
del hombre del hombre
mazorcas verdes y maduras...
maíz maíz del hombre la raíz.

***
LA ESPERA ETERNA

El padre ama la vida
porque una hija le ha dado, dejado,
y ella es de la vida del árbol dulce fruto,
del cielo: el sol, la luna...
del río: caracolas y guijarros...
Anda enamorada, tan enamorada
que con su hombre partirá,
mañana, para todas las mañanas.
Con su hombre la niña
de la mano por los caminos va
oliendo los ramos del tajy...
Destejidos nuevos sensuales...
Las lejanías el delicado talle
absorben minuto a minuto.
Se va aquella: la hija, amiga, compañera.
No podrá seguirla.
Sus frágiles huesos contienen senderos
por el tiempo, el invierno, borrados.
Feliz en la promesa, inmerso,
-ella ha jurado con vehemencia-
“volveré, padre, volveré,
aferra tu oído al camino,
mis pasos un día devolverá...”
Atardeceres y amaneceres
desgraciados relojes contemplan,
el anciano su oreja pega al suelo,
su débil cuerpo extendido
sobre las rocas estériles,
para escuchar sus pasos,
desde lejos, escuchar mágico sonido.
¿Cuántas lunas desde que en sus labios
la promesa floreció?
¿Cuántos soles van marchitando
aquellas dulces palabras?
¿Cuántas estrellas en los ríos
sus cabellos de nácar peinaron?
Tantas como pequeñas hojillas
tiemblan en el rosedal...
El anciano no puede levantarse.
Su cuerpo derrama al piso
montoncitos de cariño,
y la oreja va echando buenas raíces...
¡No trae la montaña
los cascabeles risueños de la niña!.
Y sin sus pasos y sin sus risas
la muerte al padre lo sorprende,
le han retirado manos ajenas
de la tierra, los huesos, las manos,
la mirada, los pies...
¡Más no a su oreja!
- aún espera que la montaña
baje pasos de muñeca -.
En la tierra sembrada se multiplica
por manos invisibles regada,
¡le nacen ramas, le nacen hojas!...
Y, muchas orejas, secas, negras,
salpican su copa de lunares oscuros.
Crece majestuoso el timbó
por las nuevas lágrimas nutrido,
esas, que desde el más allá
un padre estrenando lluvias
a la tierra envía,
resquebrajadas siluetas de nube.
Porque aún no deja de llorar...

***



ENTRE INFIERNOS Y PARAÍSOS


Tupa y Arasy, buenos padres,
-entre derechos y deberes el equilibrio-
eligen a la Tierra como refugio
para sus retoños futuros.
Vuelan hasta descender
en ella, henchidos de luz.
A los dioses que blancas plantas
apoyan del pie sobre las arenas
caracolas regalan al nuevo hogar
ventanas de mares turquesas,
y a los mares cortinas de peces...
A los aires aves,
a la tierra animales
y de flores, frutos, plantas
ricos atavíos fabricaron.
Savia, sangre y aliento...
Corren, caminan, vuelan,
nadan, se arrastran...
Tupa dos figuras
a imagen de él y su amada
ha moldeado, y, ahora
sopla y el soplo vida es.
¡Agua y arcilla en pie!
El agua y la arcilla
caminan, hablan, miran...
Rupave al hombre llama:
padre de los americanos
y le cuenta del bien y el mal.
El bien es Angatupyry
y es espíritu del mal Tau.
Semillas de mbojaka (*)
al hombre primero entrega.
Arasy, a la mujer llama
*-cocotero

Sypave y frutos de arasa (*)
en las manos dulce ofrenda.
Que cuiden las cosas
que nacen, crecen y mueren,
que tengan valores,
que hagan el bien,
los buenos dioses ruegan.
Luego, parten al infinito
dejando a sus pies
la piel oscura florecida y madura,
las orillas henchidas,
el agua y la arcilla embriagadas
de vida, voluntad y amor.
Los hijos de Sypave y Rupave
calzan sus pies de hierbas
y florecen y se hacen ríos...
Tume Arandu, el primero,
ama de la naturaleza los secretos,
del verde, la lluvia, del ocaso...
Marangatu es virtuoso de la bondad,
solidario, da como el bueno:
sin aguardar recompensas.
Japeusa no encuentra a su vida destino;
en ella flota, navío sin timón.
Guarasyáva es la bella nadadora de las aguas.
Alma de sirena, corona de nenúfares,
ramos de camalotes, ojos de caracol.
Nunca descansa Tupinamba,
*-guayabo
recorre valles, cerros, horizontes...
Yraséma es demasiado reposada,
vive abrazada a una guitarra,
arrullando en cantos a la tribu.
La belleza en Porasy encarna
el más bello pimpollo de Areguá.



***



De tantos cantares entonados
a la niña de la guitarra
la garganta de notas se hincha.
Hierve su frente de uva madura,
el calor la asfixia, le roba aires.
Japeusa va por hierbas,
las que su madre
ha encargado, entristecida...
Naranjas agrias recoge,
las más amargas, ortigas,
hojas de ka’tai...
Con ellas, fatal brebaje
a su hermana prepara y da.
Como la flor en silencio
la niña expira cual el canto
sereno al remanso su andar detiene.
Vuela con el gua’a que un día
Jahari le regalara, nota herida,
de trinos los cielos engalanan.
En Areguá la muerte
asiste al debut triunfal,
en la negra sala los temores
su actuación magistral provocan,
inundada la tribu de un llanto ronco
recorre el lamentable libreto.
Un hermano a su hermana
-como injusto con el justo-
la muerte por dulces melodías
en desigual trato le ha pago.
Frutas, flores, aves,
-incrédulos los del pueblo-
sobre el cuerpo depositan,
más no despierta el canto
la nota el verbo el instrumento...
Ni la vida. Ni el susurro.
Tume Arandu tranquiliza,
dice que volverá a vivir:
se mezclarán sus despojos
a la tierra porque es viva
la tierra y el agua y el aire.
A la muerte le perfuman
una porfiada podredumbre,
que resucitando los aromas enmudece.
En la urna de barro
el cuerpo se guarda,
el cántaro los cantos encierra,
bajo el guayabal dormirá.
De tierra, manos la cubren.
De cielo, ángeles la esperan.
Y mientras le cantan,
van despidiéndola a coro,
el primer acto de maldad les asusta,
como el leño que en la hoguera arde.



***


Kerana, hija de Marangatu
de sus tías la belleza hereda,
joven codiciada de la tribu.
Duerme Kerana, papaya jugosa,
pestaña de verano, lunar de sombrilla.
Duerme Kerana: el mal la asecha.
Tau, su asqueroso cuerpo
en el de un apuesto joven convierte
y, de la flauta mágica
acordes angelicales arranca y derrocha.
El monstruo tiene la sonrisa bella.
La niña celeste guarda en los ojos.
Hechizo de música y sonrisas.
Placer que promete,
promesa de insomnio.
Extasiada, el joven es obsesión.
Se va y vuelve, la enamora,
le coce en la piel magia de letras.
Angatupyry observa.
Y, en los sueños la máscara
del hermoso rostro despega.
Tau escucha la revelación
de los tiernos labios de Kerana.
Sabe que el dios del bien
lo desnuda por las noches.
El bien y el mal combate inician,
seis días pelean, el séptimo
Angatupyry yace, y el mal,
ha ganado su bendita batalla.
Un abrazo de crepúsculos
en la aurora del monte acercan
la bella y la bestia.
Mares del deseo encrespan,
el verdadero rostro lavan con furia,
y, el horror el terror desprenden
debajo, entre secas grietas.
Tau la aferra y con ella huye.
La fuente de placer, yace, rogando.
Tau la agota, exprime en fuertes gruñidos
-los del mal, las tinieblas-.
Arasy maldice desde lo alto
todos los frutos por venir
del salvajismo, la fuerza, el deshonor
que el mal en el bien conciba.

***







SIETE LUNAS, SIETE HIJOS, SIETE CABRITAS

La maldición de Arasy
en el tierno vientre monstruos engendra:
siete bestias para la bella flor de Areguá.
Teju Jagua siete cabezas tiene,
de perro las cabezas son,
sus ojos escupen llamas hirvientes,
evapora el agua, la sangre, la savia,
calcina las plantas, frutos, los seres.
Sabio, Tupa, su ferocidad decide aplacar:
de frutas y miel se alimentará.
Horribles graznidos
Mbói Tui lanza,
sierpe, cabeza de loro,
escamas veteadas en el cuerpo,
rondando esteros en humedad vive,
roja muy roja la bífida lengua
el protector de anfibios sacude.
Moñai es una serpiente
con dos cuernos rectos
del aire señor, los campos domina,
protector de robos,
de árboles se descuelga.
Jasy Jaterete es el cuarto:
niño de cabellos hilos de oro,
áureo bastón asido a su mano derecha
con él al mundo vino.
Aparece y desaparece por él,
es el duende de la siesta,
a las niñas desobedientes
que salen solas de sus casas, posee.
Domina las abejas que su miel donan,
a Teju Jagua al escondrijo,
dulces restos de néctar alcanza.
Kurupi, miembro viril lleva
a la cintura enrollado,
aterroriza a las jóvenes:
mujer que viola, mujer que mata.
A las vírgenes, encintas las devuelve,
listas para parir a los siete meses,
hijos que morirán a los siete días.
No abandona la selva espesa:
sus animales le pertenecen.
Ao Ao se reproduce solo,
la carne humana es su alimento,
el hombre que al pindo(*) se trepa
¡sólo ese se salvará!,
porque el pindo tiene hechizo
para frenar la locura de Ao Ao
-que siendo cuadrúpedo
en dos patas ataca-.
Cabeza de oso sobre cuerpo de oveja.
Y el séptimo que parió la bella
desentierra cadáveres humanos,
y de ellos saborea la putridez,
contrahecho con cabeza de perro,
orejas pequeñas la muerte oyen.
Su nombre es Luiso.
Cuando la luna llena
su cara pálida en los ríos enjuaga
Luiso trepa por grises lápidas.
*-palmera
Lastimeros aullidos acribillan la noche.
Llora la bella Kerana
¡ha parido siete monstruos!
en sueños llora los fúnebres días...
Tau le ha tejido a la bella flor
por cada pétalo un manto de espinas.
Semillas del mal
germinaron en las buenas entrañas.
***
Tupa ha impuesto un sacrificio
-así lo ha aceptado Tume Arandu-
el destino de Areguá en Porasy reposa.
Hasta la gruta de Moñai
-en el alma los cantos de Yraséma-
la valiente apresura el paso.
Con la selva oscura por talismán
en silencio las pisadas gritan.
Ante sí, ¡allí! la maldita gruta...
Los dolores, el infierno,
que por siete monstruos la aldea sufre,
fantasmales dudas, el temor, ahuyentan.
La envuelven pútridos vapores
develados en la penumbra por dos cuernos
-es Moñai que despierta
encendiendo las tinieblas-.
Porasy comienza la actuación,
que en las páginas del pueblo
será siempre titular de gloria.
Sagrada comedia improvisa.
Al monstruo confiesa
un amor sincero. Adula de él
de sus hazañas agilidades y grandeza.
Una condición la futura inmolada pone:
antes de ser suya,
a sus hermanos quiere conocer.
A Teju Jagua la deformidad
en su cueva lo mantiene aislado,
hacia allá irán los novios.
Él va arrastrándose bajo el sol.
Ella va deshilvanando lluvias y primaveras.
En la cueva el asco la retuerce,
beben chicha los siete engendros malignos,
el alcohol los duerme.
La tribu, afuera, aguarda la señal.
Moñai siente la piedra
que la cueva sellará:
la traición de su amada descubre.
A Porasy envuelve
su cuerpo helado de serpiente,
juntos por el suelo se arrastran.
La bella suplica, grita
¡que la entrada cierren!:
su muerte será ofrenda para Areguá.
El fuego por el cerro corre
lenguas ardientes despeinan la luna.
Aullidos monstruosos que ascienden
al crepitante infierno descienden.
Prodigiosos cantos escapan,
de la que manantiales de rocío
en el vestido deslizaba,
es el alma de Porasy blanca paloma
que herida heridas curando va.
El fuego nuevo va disolviéndose en el tiempo.
Nueva estrella parió la aurora de Areguá:
es Mbya Kofi, para siempre
de las mañanas el brillo más temprano
-Porasy en traje de galas y luces.-
Siete días ardieron los monstruos,
sus espíritus en la hoguera purificando.
Los siete monstruos siete estrellitas son:
las siete cabritas que en las noches
el pasto del cielo van recortando.

***







EL REGRESO DEL MAL
Violencia, riñas, disputas,
detrás de su mantilla vuelca
en la bella tierra de Tupá
el regreso de Tau.
El dios bueno gime en las alturas,
de penas acongojado llora,
un almácigo de podredumbres
en su paraíso, sin medidas, crece.
La sangre de los hermanos
va conformando largos ríos rojos.
Un castigo ejemplar impondrá.


El mundo comienza a temblar.
Furia. Miedo. Volcanes desatados.
Las señales del cielo
entierran cobijos prometidos,
inmerecidos, traicionados, ultrajados.
El fuego los seres va tragando,
llena su garganta de piedra
de agudos gritos, estertores.
Sedientas llamaradas
se beben a sorbos enormes la savia
y dos mandíbulas de fuego
mastican los prados oliva.
Llueven estrellas en las noches.
Las fieras lo devoran todo.
La hora de la súplica el hombre conoce,
los enemigos se ruegan perdones.
Arasy a tupa implora que aplaque
esos desastres, los castigos, la ira.
Pero, un dios, pena capital
no es decreto que aplace.
El Yporu se desparrama,
les mira, alcanza, calcina,
arranca del árbol hasta la raíz,
la lluvia en vapores calientes convierte,
su esqueleto amarillo en plena ebullición
se extiende por todo el horizonte.
Se estira, despereza, avanza otra vez...


El ygasuru (*) en el bosque
a Tume Arandu aguarda.
Regugio. Salvación. Esperanza.
Sabiduría de Tupa.
La sangre de los muertos
sobre el agua va resbalando
como el ygarusu sobre la nueva piel
el viejo cadáver telúrico.
Perlas negras, escuálidas,
*-embarcación
se desmantelan tomando rumbos
en las todas direcciones.
Ha caído otra noche.
La vida a galopes retorna promesas
en la ancha sonrisa del nuevo día,
de la lluvia el fin el gua’a predice.
El Yporu ya se ha cumplido.
Montan el silencio, el misterio
los jinetes escogidos por Tupa.
Sobre los cerros pocos animales
sus siluetas retuercen...
A los meses, nuevamente,
la tierra amanecerá paraísos.

***










EL URUTAU

El guerrero luce heridas en los brazos,
en el pecho las heridas guarda,
al tigre la piel le arrancó
despojando del animal la fiera.
Tibio presente que engalana
de su amada los hombros de café,
al sol torrados, como los músculos de él.
Ella, con hojas de ceibo rojas
la roja sangre detiene...
Uruti, bella princesa guaraní,
Jaguarainga, guerrero indomable,
bajo la sombra del lapacho
a las caricias crean vuelos.
Un odio ancestral los separa.
Un amor bello los une.
La hija del mburuvicha(*) guaraní
tiembla al sentir los pasos...
El guerrero presiente batalla...
A la niña se la llevan
hambrienta de ternuras,
empachada de vanos honores.
Sacrificios, ayunos, disciplina
a Uruti impondrán,
*-gran jefe

vestal del templo será:
para los hombres intocable.
De blanco a la ceremonia va,
la danza sagrada Uruti
en danza sensual convierte,
las caderas, los labios,
los torneados muslos,
los brazos de enredadera joven
en ricas cadencias se mecen.
Las vírgenes desconcertadas
del suelo la levantan cuando
de pasiones hambrienta, desmaya.
Arakare no entiende
¡su hija negándose a la castidad!.
Es que la niña de blanco
en el techo del templo
al indio vio, allá lo vio...
Tierno, dulce, tan bello.
Para él danzó
como sólo para él
hacerlo podría...
Los guardias también
al indio lo vieron:
desafiante, ofensivo, tan airoso.
Prisionero lo toman.
Manjares, vinos, mujeres
antes de la muerte
al indio le ofrecen.
Las vestales y Uruti
de adormideras rosadas,
de ninfeas azules el jugo,
a las mujeres dan y las duermen.
El altivo guerrero, liberado,
con la hermosa Uruti huye.
Los últimos abrazos
a los últimos besos dan morada..
Soldados guaraníes
de rencores armados al amor dan caza.
Uruti, la bella princesa,
a la boa será entregada:
fatal destino que el mburuvicha dicta.
Triturará su piel de terrón,
sus ojos de niña, su boca de fresa.
Romperá el bello cuerpo,
sus huesos uno a uno quebrará.
Un rugido las paredes hace temblar
¿la pitón que del augur los poderes tiene
a la niña estará devorando?.
Los guardias se asoman...
¡La serpiente en dos partida!
Cada pedazo golpea en el templo,
de sangre lo mancha
¡el soberbio prisionero guerrero
de las ataduras se liberó
y hacha en mano la serpiente partió!.
Arakare a Uruti la vida
-sin ser dueño- regala otra vez.
¡Al prisionero todo el castigo!
¡Mirad como su cabeza aplastan!,
su pobre muerto cuerpo
trozan y sus huesos tiran.
Forzada a contemplar la escena
Uruti lo maldice todo.
Nunca creyó del dolor
sentir aberrantes dimensiones,
la han salpicado gotas
de la amada sangre.
Ojampi, la madre
-antes que la locura
a su hija aprese-,
con la hermosa Uruti
huye para siempre de la aldea.
Arakare solo se queda
a vivir su ancianidad.
Los dioses en la soledad
el silencio de llanto visten
de lamentos largos de tristeza.
A la madre tronco seco la eternizan,
a la hija un pájaro nocturno:
Urutau, el ave que siempre llora...
Es que aún tiene sucias
de limpia sangre las plumas.
Arakare está muriendo
perseguido cada noche
por los terribles y fuertes lamentos.
Arakare ha muerto y en la muerte
sigue llorando, vivo, el urutau
con el canto de muertes y muertos
embriagado en lo alto del árbol.

***








LAS CORONAS DEL PARAGUAY
El Paraguay es el río de las coronas...
Y esas coronas son flores
Irupé el nombre de cada una
y cada una bebe ámbar en el centro
del lago que guardan
rosados colores al bordear los pétalos,
ancho y carnoso cada uno es.
Irupé es aquella virgen india
que su honor al indio negó.
A Chiru el indio ebrio
que una noche de ella se prendó.
Cantaba la tribu.
La tribu bailaba.
Las doncellas al ritual
cadencias, sonrisas, magia,
a los espectadores entregaban.
Y Chiru del baile de ella
-del alcohol prisionero-
loca pasión en su pecho agitó.
Se acercó, la acosó,
la niña a los montes huyó,
¡Tupa maldice a quien ose
a una sola virgen tocar!.
Junto al río arriba en la roca
tiembla la niña, el monte,
el talismán de la virginidad
sus manos aprietan...
El indio en el río, abajo,
-aún el dulzor en los labios
del vino de mandioca-
a la niña a la ciudad del oro
promete llevarla, el paraíso
soñado no mata el silencio
que la niña mantiene.
Chiru por la roca trepa...
El deseo domina sus ágiles piernas...
¡Salta la niña!
Las estrellas del río
de agua son, de agua el abrazo,
salta el indio detrás,
el cuerpo de la niña alcanza.
En la superficie de luceros
furioso Chiru descubre
que en sus anochecidas manos
una flor sonríe pura para siempre.
El remanso al indio ebrio
a profundidades empuja,
veleritos perfumados
navegan en la superficie.
La flor a los luceros volvió coronas,
así, ante el ardiente beso del sol
la sonrisa de brillos mantienen encendida,
por el Paraguay en el ámbar detenidos...

***









EL JURUNDA


En el remanso ojos negros
-pupilas de camalotes,
pestañas de junco-
desde el fondo se asoman,
el cielo que copian les pertenece,
a esos ojos, nada más, a esos ojos...
¡Que nadie se atreva a meterse delante!.
Si allí un desgraciado se cae
Iporá se pone furioso, y,
al fondo del río
del cabello arrastrado,
al fondo del río
en el barro lo entierra,
de ramas lo cubre,
las palabras le apaga.
Ya no regresará, ¡Iporá
cuerpos no devuelve!.
El indiecito desobediente
ante los consejos maternos
con astucia deduce:
los peces más grandes
en el remanso danzan.
Y él es un pescador
¿o mamá no se da cuenta?.
Los peces grandes
grandes pescadores buscan.
Al indiecito un día
su madre no lo encuentra.
De las orillas del río
hasta el remanso resbaló,
del tronco asido gira
en la corriente preso.
La madre al agua se arroja,
-¡no lo hagas madre,
por Yporá, no lo hagas!,
el remolino ante sus ojos
al fondo, al abismo, a la muerte,
en un abrazo terrible lleva.
Le corren lágrimas al osado,
al porfiado pescador,
antes de morir al río
la madre dio por el hijo
un torrente de lágrimas blancas.
Yporá al indiecito
del remanso violador
condena implacable:
plumas de colores
por piel llevará,
la vida entera peces perseguirá ,
tan grandes como cuando pescador era,
al agua pegaditas sus alas irán,
y los buenos pescadores
como él se creía, siempre lo perseguirán.
El indiecito ya no cantará,
graznidos su garganta
por todos los tiempos emitirá...
Como esos que ahora entona
del tronco al despegar el vuelo...
Un martín pescador tiene hambre,
por él su padre quedó sin esposa,
sus hermanitos solos en la humilde choza,
por eso ya no pesca con anzuelos
sino con el pico, el cuerpo, las alas...

***









LA HORA DEL ABRAZO

Chihy quiere borrar el llanto
de cara de su princesa,
la misma que el padre
al cacique famoso del Paraná,
olvidando la palabra
a Chihy dada, entregará.
Dos perros, la vieja paje,
la choza custodian:
dentro llora la princesa.
Amparado por duendes,
a las horas, con ella huye.
El monte calla.
La noche huye también
hasta descansar
y al día dejarle la cuna.
El sol despierta.
En bandadas los pájaros
en el cielo lejano se internan:
están rodeados.
Los pasos se acercan...
Besos de abanicos
dos bocas frescas unen,
los cazadores llegan:
el hombre se ha hecho árbol:
frondoso, robusto yvirapitá,
a su fuerte tronco
el frágil muembe se abraza,y,
por su cuerpo se trepa
y en la altura
el beso de brisas elevan.
La hora del abrazo
al amor va despertando.



***





EL CHAHA


Las muchachas
de arroyo en las orillas
con su agua lavan y ríen...
Todo es risa para ellas.
Jasy ha decidido bajar a la tierra,
con ella viene Mbyja.
En campesinas se convirtieron...
Dicen que viajan
en busca de sus padres
en los confines del monte.
Por el arroyo de lavanderas
su paso detienen,
sedientas las campesinas
a las lavanderas agua limpia piden.
Ríen -las lavanderas-,
aseguran que allí
nada la sed podrá calmar.
Siguen su ruta las campesinas.
Cansadas, con mucha sed.
Las lavanderas las llaman:
parecen arrepentidas;
ofrecen calabazas
de agua fresca, -suponen
las dos campesinas-.
Pero,¡llenas de espuma,
de espuma llenas estaban!.
La más pequeña, Mbyja,
llora de sed...
Ríen las lavanderas,
hasta el suelo sus carcajadas
arrodillan estruendosas.
Jasy mira al cielo:
el gua’a divino aparece,
un manantial les muestra
y un castigo a las lavanderas
que asustadas quieren huir
impone con autoridad.
De carne fofa,
como espuma de jabón
como la espuma
que en las calabazas había,
¡así el cuerpo les hizo,
aves las hizo!.
De dos en dos las juntó el gua’a
y por desatentas
los habitantes del monte
deberán vigilar por siempre.
La lavandera primera
que intentó decir “jaha”
con el susto dijo “chaha”
puso al ave su única palabra,
la única que avisa el peligro...
La única que su tortura
pronunciara en los umbrales
de pocas letras aburrida.


***


|
This entry was posted on 16:48 and is filed under . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.

CONOCE EL DESTINO