LABERINTOS ANDINOS
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ESCULTORES DE CRISTAL

Tinguirica, quiero un pedido
con voz de violeta implorarte.
Tú eres el dueño, el único,
de los valles encantados
de misterio empachados.
En el tronco con paciencia tallas
sendos palacios de ventanas
que con cristal cortinas pulen.
Ha eternizado tu cincel
ángeles y fantasmas, quietecitos;
con la savia los dormiste.
Tinguirica, enanito artista,
sal de la montaña, la caverna deja.
Ríen las flores embrujadas,
corolitas de hadas,
clama el fragor de los truenos,
blancos unicornios huyen.
Dibújame en el árbol
-a cuyos pies el indio
que una noche amor me juró
la sangre en sus raíces derramó-
el rostro amado dibújame
¡que el mármol se vuelva madera!.
Tinguirica, amigo,
píntale nubes y cielo
ríos y pilagás.
Bajo la araucaria te espero
no te demores, escultor de cristal.
Si la muerte decide llevarme,
su rostro de nueva madera
riega con mi última mojada lágrima...


EL DUENDE MALDITO


Trepa la quilineja
-escoba ,soga ,se hace-.
El trauco el sombrero,
el traje de quilineja lleva.
Hombrecillo del bosque
pequeño, grotesco,
de contrahecho cuerpo,
sonrisa diabólica,
en el pahueldún enredado,
desde la altura en troncos
de tiques y tepas,
a los hombres observa.
Y cuando el trauco
a los hombres mira
les tuerce la boca,
el cuello :los enferma.
Los deja mudos,
les arroja aires malditos,
les llena la cara de pústulas
y la piel de yagas les cubre.
A los niños, los animales
el duende los quiebra.
Adora de murta los matorrales,
come frutos silvestres
palos podridos,verduras de campo.
Hachita de piedrajamás le abandona.
Si en sueños llega,
en la mañana despierta
veinticinco males
el que durmió la noche.
Terror inspira en las mujeres:
el trauco las quiere vírgenes.
Y se las elige y se las lleva.
Preñadas las devuelve.
Las madres le culpan
de la deshonra de sus hijas.
-Ha sido el trauco
-dicen-¡el trauco ha sido!.
Perverso terrible,
portador de lujurias
espantosas, horribles.
El monstruo se olvida
de ser monstruo a veces:
contar granos de arena
su hobby preferido es,
olvida las víctimas
por el pasatiempo.
Por ello las madres
de niñas vírgenes
sobre la mesa en las noches
dejan un buen puñado
de granos pequeños.
El hombrecillo embobado,
cuenta que cuenta
y mientras que cuenta,
los bajos instintos olvida.
Los machituneros
piden piedras blancas,
coloradas del bajamar,
una piedra de cada punta
formada en la playa,
cuatro son,
agua de mar en viento sur,
de la cresta de tres olas grandes
que juntas siempre aparezcan.
Dos o tres plantas
caldean las piedras
como si curanto fuera,
regada el agua de mar
las ramas y esas cenizas
en cuatro costados
se desparrama y en el centro
bien enterrada se queda
una de las piedras coloradas:
el trauco allí no volverá.
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